LOS EFECTOS NOCIVOS DE LA IGNORANCIA

 Mi esposa y yo le compramos algunos pececitos de colores a nuestra hija. Eso la hizo muy feliz. Por nuestra parte, estábamos encantados al contemplar los ágiles y graciosos movimientos de los pececitos en la pecera. ¡Era todo un espectáculo ver esas pequeñas criaturas multicolores en una continua e incansable danza! En cualquier momento se detenían y quedaban suspendidos en el agua, casi inmóviles, con tan solo un suave e imperceptible aleteo de sus pequeñas aletas; y de pronto, en forma inesperada, se lanzaban vertiginosamente aleteando en cualquier dirección. A lo mejor esa era la forma de jugar entre ellos. O tal vez sólo querían ostentar de su belleza y destreza, al saber que eran seguidos por unos ojos curiosos que los observaban embelesados.

Los días pasaron, y un día nos dimos cuenta de que el escenario maravilloso de los primeros días había cambiado. La vivacidad de los peces había menguado. El agua estaba turbia y con algo de mal olor. Decidí esperar hasta el día sábado para cambiar el agua sucia por agua limpia. Llegado el día me entregué a la tarea de limpieza con mucho entusiasmo. Las pequeñas piedras que habíamos colocado al fondo de la pecera se encontraban babosas por la suciedad; así que se me ocurrió lavarlas con detergente. Tardé más de una hora en la labor, pero valió la pena; el agua quedó limpia y transparente y las piedras recuperaron su natural apariencia. Con delicadeza coloqué a los pececitos que previamente había sacado, en su restaurado hogar.

Pasada una hora, me di cuenta de que un pececito color naranja, el que yo consideraba el más avispado de todos, ¡estaba muerto! Su pequeño cuerpecito flotaba inerte boca arriba. Para sorpresa nuestra, las cosas empeoraron. Uno a uno los pececitos estiraron la aleta. ¡Todos muertos! ¡Qué tristeza! ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué se murieron esos pececitos? Mis investigaciones forenses me llevaron a dos hipótesis posibles: Los peces murieron porque no les cambié el agua oportunamente, o porque tal vez quedaron rastros de detergente en las piedras, y eso los mató. La verdad no sé qué pasó exactamente, a lo mejor fueron ambas cosas. Pero una cosa si es cierta, habíamos asumido el compromiso de cuidar de esas pequeñas criaturas, y fracasamos por ignorancia y descuido. En esa relación, ellos tan solo tenían que ser ellos mismos, lo que era suficiente para alegrarnos. De nuestra parte, éramos responsables de cuidarlos. Y les fallamos.

Este evento doméstico afortunadamente no se nos demandará en el día del juicio. Pero ¿y si por ignorancia y descuido estamos haciendo daño a aquellos de quienes tenemos la responsabilidad de amar y de cuidar? ¿Qué tal, a pesar de que seamos bien intencionados, que por ignorancia y descuido nuestro matrimonio esté moribundo por falta de cuidado y mantenimiento? ¿Qué tal que esa misma ignorancia y descuido, esté empujando a nuestros hijos a la exasperación, a los brazos del mundo, y a las seducciones infernales que quieren cazar su preciosa alma? ¿Qué tal que esa misma ignorancia y descuido, nos esté alejando de la intimidad con Dios, sumiéndonos en una relación fría, formal, legalista, y carente de pasión y propósito?

Algo no estamos entendiendo, o no estamos haciendo bien, cuando cada vez más crece el número de relaciones rotas entre los cristianos. Personas, por ejemplo, que llegaron ilusionadas al altar, con grandes sueños y expectativas; y de pronto ese escenario cambió; el cúmulo de conflictos cotidianos no tratados a tiempo, o que se trataron mal, empezó a dejar un desagradable olor en las relaciones. Al final, sólo quedaron flotando los restos inertes de una relación muerta; y ante esos despojos, unas almas confundidas y heridas que se preguntan: ¿Qué fue lo que pasó?  El mismo patrón, el mismo formato, los mismos errores, los mismos resultados, se replican por igual en otras relaciones, pero con actores distintos: padres, hijos, familiares, iglesia etc. 

Nuestros sentidos espirituales se extraviaron, cuando cometimos la insensatez de poner las relaciones vitales de nuestra vida en piloto automático. ¡¿Quién nos fascinó a pensar que nuestro matrimonio crecería y se sostendría por impulso propio?! ¡¿Qué nos hizo pensar que en nuestra relación con Dios era suficiente con aprender el credo correcto, las doctrinas correctas, y cumplir con ciertos deberes eclesiales, pero olvidando la necesidad diaria de entrar en nuestro aposento para tener con Dios una relación de comunión íntima y continua?!

Hay tres verdades sencillas y fundamentales que me enseñaron unos hermosos pececitos dorados. Estas son:

1. “Toda relación requiere cuidado y mantenimiento”. Es hora de quitar el piloto automático.

2. “El mantenimiento debe hacerse de manera oportuna”. No esperes a que tus relaciones se enturbien. Sé intencional en el cuidado y atención que demandan las relaciones valiosas.

3. “No basta con hacer mantenimiento, hay que saber hacerlo”. Desecha los prejuicios, las estructuras mentales del mundo, los paradigmas, la terquedad, el engaño de creer tener siempre la razón. Edifica tus relaciones en el amor de Dios, y en la verdad de Su Palabra, y por favor, con una buena dosis de paciencia, de tacto y sentido común.

Todos somos ignorantes en mayor o menor grado. Por ejemplo, yo ignoro como pilotear un avión; pero esa ignorancia no es nada relevante para mi vida. Pero si soy piloto de una aerolínea, entonces no me puedo permitir ignorar todo lo concerniente a la aviación. Mi ignorancia al respecto sería fatal tanto para mí como para los demás. En lo concerniente a nuestra relación con Dios, y con nuestro prójimo, no podemos permitirnos ser ignorantes o descuidados.

Hay tres tipos de ignorantes:

a) El que no sabe que es ignorante, pero aún así presume de sabio (¡cómo abundan!) (Romanos 1:22)

b) El que sabe que es ignorante pero no hace nada para remediarlo, prefiere vivir en la comodidad de la ley del menor esfuerzo.

c) El que, siendo consciente de su ignorancia, llega a comprender los efectos nocivos que su ignorancia puede causar en su vida y en la de las personas que ama, y procura dejar de serlo.

Cuida tus relaciones vitales.

  • Cuida tu relación con Dios
No hay nada más importante en la vida, que una relación íntima y genuina con Dios.

Si tu relación con Dios se halla estancada en un bache, es hora de un mantenimiento. En primer lugar, acércate a su presencia en oración (hebreos 4:16). Sin fingimiento. Sin caretas. No trates de impresionarlo, Él te conoce bien. Desnuda tu vida ante Él. Cuando nos exponemos a Su presencia con un clamor sincero: “examíname, oh Dios, y conoce mi corazón…” (Salmo 139:23), entonces el Espíritu Santo, que sabe bien hacer mantenimiento, sondeará nuestra vida, entrará en los lugares más recónditos de nuestro ser, y sacará a flote el hedor del pecado que se halle anidado en nuestra vida. No te asustes si descubres cosas feas. O si sientes el desagradable olor de motivaciones egoístas y engañosas, o de pensamientos impuros y lujuriosos. Quizás encuentres algunas cámaras ocultas donde los engranajes del orgullo se mueven silenciosos y en sincronía, para llevarte a buscar tu propia gloria en lugar de la gloria de Dios (Santiago 4:6). Sea lo que sea que Dios te muestre, no trates de justificarlo; tampoco lo minimices colocándole un nombre que suene menos ofensivo. Reconoce y confiesa tus pecados llamándolos por su nombre.

Si tu oración ha sido honesta, el Espíritu Santo te quebrantará. Sentirás dolor (2 Corintios 7:10). Puede que en tu quebrantamiento llores, espero que sí. Pero entonces, y sólo entonces, El Espíritu Santo rociará la sangre del Cordero de Dios y correrá como ríos de agua viva por todo tu ser, limpiando, liberando, sanando y restaurando. En ese momento, todo en tu vida tomará su justo lugar; y te preguntarás cómo pudiste ser tan descuidado como para alejarte de la fuente de vida y de gracia; cómo pudiste cometer la tontería de considerar saborear un plato de lentejas en lugar del deleite de la comunión con Dios.  

Cuando el grado de intimidad con Dios te lleve a este punto, el vivir en ignorancia y en descuido ya no será una opción. ¿Cómo podría serlo cuando has gustado las bondades y los deleites de la dulce comunión con Dios?

  • Cuida tu relación con tu cónyuge 
Sobre este tema tengo mucho que decir, pero poco espacio en esta reflexión para hacerlo. Sin embargo, permíteme recordarte la importancia de mantener una buena relación. La relación con tu pareja cumple propósitos trascendentales. Por un lado, el deleite mutuo que Dios nos invita a disfrutar (Proverbios 5:18-19). Por otro lado, la responsabilidad de reflejar el amor de Cristo por su iglesia (Efesios 5:25). ¿Cuál es el mensaje que nuestro matrimonio predica?  

Hay otras esferas de relación que podríamos tocar, pero suficiente por ahora con lo tratado.

Pensamiento final: Para que la ignorancia y el descuido no mate tus relaciones valiosas, te dejo algunas exhortaciones del libro de proverbios.

La sabiduría llama a los jóvenes. (Proverbios 1:20-22, TLAI).

20 La sabiduría se deja oír por calles y avenidas.

21 Por las esquinas más transitadas y en los lugares más concurridos se le oye decir con insistencia:

22 «Ustedes, jovencitos sin experiencia, enamorados de su propia ignorancia; y ustedes, jovencitos malcriados, que parecen muy contentos con su mala educación, ¿seguirán siendo siempre así? Y ustedes, los ignorantes, ¿seguirán odiando el conocimiento?

La sabiduría y sus ventajas. (Proverbios 2:1-10, TLAI) 

Querido jovencito, acepta mis enseñanzas; valora mis mandamientos.

Trata de ser sabio y actúa con inteligencia.

3-4 Pide entendimiento y busca la sabiduría como si buscaras plata o un tesoro escondido.

Así llegarás a entender lo que es obedecer a Dios y conocerlo de verdad.

Solo Dios puede hacerte sabio; solo Dios puede darte conocimiento.

Dios ayuda y protege a quienes son honrados y siempre hacen lo bueno.

Dios cuida y protege a quienes siempre lo obedecen y se preocupan por el débil.

Solo él te hará entender lo que es bueno y justo, y lo que es siempre tratar a todos por igual.

10 La sabiduría y el conocimiento llenarán tu vida de alegría.

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