LLAMADO A LA INTIMIDAD CON DIOS
CAPÍTULO I
INTIMIDAD CON DIOS: ¿QUÉ SIGNIFICA?
Cada vez que se realiza un lanzamiento de cohetes al espacio,
intervienen una serie de fuerzas externas que serán determinantes para el éxito
o fracaso del lanzamiento. Desde el momento del despegue, el cohete enfrenta la
poderosa fuerza de la ley de gravedad, que se opone a que éste se eleve. Para
contrarrestar esa fuerza, el cohete cuenta con potentes motores y equipos de
alta tecnología para subir. Una vez que ha avanzado lo suficiente y gana
altura, enfrenta la tendencia a desviarse del curso. Un pequeño desvío de unos
cuantos metros se podría convertir más adelante en un desvío de kilómetros,
haciéndole perder totalmente la posibilidad de llegar al destino trazado. Para
mantener el curso, un equipo de expertos entrenados monitorea continuamente el
recorrido del cohete, haciendo constantes ajustes para mantener la trayectoria
correcta.
Algo similar ocurre en la vida cristiana. Cada vez que una persona tiene
un encuentro con Dios y nace de nuevo, inicia un recorrido ascendente hacía la
meta en los cielos. Esa meta, según lo describe el apóstol Pablo, es conocer
íntimamente a Cristo, y en tal grado que, en comparación, todo lo demás pierde
valor. Pablo describe el despegue de su nueva vida en Cristo con estas
palabras: “…olvidando lo que queda atrás, y esforzándome
por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta, para ganar el
premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús” (Fil.3:13b-14 NVI).
Sin embargo, al igual que los cohetes, los creyentes enfrentan gran
oposición en su rumbo a la meta. Todos los poderes del infierno, del mundo, y
de nuestra naturaleza caída, se oponen con todas sus fuerzas para que no
alcancemos el conocimiento íntimo de Cristo. El mayor error de la iglesia ha
consistido en que, en lugar de sumergirse en los recintos de la intimidad con
Dios, donde puede resistir todos los embates de sus enemigos externos e
internos, sucumbe a las corrientes impetuosas de un mundo acelerado y afanado,
adaptándose a sus esquemas, y sacrificando el valioso tesoro de la intimidad
con Dios.
Es precisamente esa inestabilidad en permanecer en la intimidad con
Dios, la que ha hecho mella en la vida de muchos cristianos. Vivimos
excesivamente ocupados en nuestros proyectos personales y en la búsqueda de
nuestras metas; como resultado de ello, no nos queda tiempo ni energía para
buscar el rostro de Dios.
La carencia de intimidad con Dios ha sido la principal causa de que,
tanto a nivel individual, como a nivel congregacional, la vida en el Espíritu
se encuentre apagada, y en su lugar, la vida carnal pulule con fuerza, trayendo
como resultado una cosecha de escándalos que han opacado el testimonio de la
iglesia.
En este breve ensayo, pretendo hacer un llamado a la iglesia a retornar
a la intimidad con Dios. Al hacerlo, no lo haré desde la postura de alguien que
no ha fallado, sino desde la postura de alguien que enfrenta las mismas luchas.
Al igual que Pedro, también me he calentado en el calor del fuego de la
distancia discreta, como un simple espectador que no se compromete, “siguiendo a
Jesús de lejos” (Mateo 26:58); y como consecuencia de ello, también he fallado.
Sé lo que es estar alejado de Dios. Sé lo que significan las derrotas que se
derivan de estar distanciado de la intimidad con Dios. Pero también conozco la
experiencia maravillosa de haberme encontrado con la mirada amorosa de Cristo, que
me invitó a regresar a él, para ofrecerme su perdón, la seguridad de su amor, y
la plenitud de vida que sólo se encuentra en Él.
Cuando inicié el desarrollo de este tema, me di cuenta de que, por su
extensión, no era apropiado presentarlo en un solo escrito. Así que lo dividí
en tres presentaciones. En esta primera parte desarrollaré el tema de la
intimidad con Dios desde lo que planteo en el título: ¿Qué significa?; en la
segunda presentación haré un “llamado a la intimidad con Dios”, dirigido a los
creyentes que se encuentran distanciados de Dios; y en la tercera y última
presentación, mostraré los “efectos prácticos de una vida de intimidad con
Dios”. Espero que me acompañes en este viaje hasta el final y que el Señor
ilumine tu entendimiento, inflame tu corazón, y mueva tu voluntad a cultivar
una vida de intimidad con Dios.
Intimidad con Dios: ¿Qué significa?
Pensé obviar esta parte, porque daba por sentado que todos los creyentes
tienen claridad sobre lo que significa una vida de intimidad con Dios. Pero no
es así. Muchos no tienen claridad sobre lo que es, lo que implica, y el grado
de importancia que tiene.
¿Qué ideas vienen a tu mente, o con qué asocias, cuando lees o escuchas
acerca de la intimidad con Dios? Habrá quienes relacionen el tema con una vida
monástica, o una vida de ascetismo religioso, o lo asocien con una lista de
rituales y formalismos. Así que, para desligar el tema de las concepciones
equivocadas, debemos tener claridad de qué dice la biblia.
¿Qué es la intimidad con Dios? Definir verdades abstractas no es
suficiente en ocasiones para que el intelecto las comprenda, para que la
voluntad las abrace, y para que la conducta las revele. Se ha dicho que una
imagen vale más que mil palabras. Así que, les mostraré en la galería de imágenes
de la biblia, algunos de los cuadros más preciosos (para mi gusto), donde se
nos revela lo que significó la intimidad con Dios para algunos personajes de la
biblia.
Intimidad con Dios: lo que significó en la vida de Enoc.
“Enoc tenía sesenta y cinco años… Enoc anduvo fielmente con Dios… y
como anduvo fielmente con Dios, un día desapareció porque Dios se lo llevó”
(Génesis 5: 21-24).
Enoc es uno de esos personajes bíblicos que admiro mucho. La biblia no
habla mucho de él, pero lo que dice es más que suficiente para saber que vivió
una vida de intimidad con Dios. A pesar de su breve mención en las Escrituras, su
nombre resalta en la lista de héroes de la fe del capítulo once del libro de
los Hebreos, como alguien que recibió testimonio de haber agradado a Dios.
Me encanta lo que la biblia dice de Enoc: “…anduvo fielmente con Dios…”.
Me pregunto: ¿Qué tanto conocía Enoc de Dios para que, en medio de una
generación en decadencia, haya podido permanecer fiel a Dios? No lo sé, pero a
pesar de que sólo contaba con una revelación parcial de Dios (que a diferencia
de nosotros tenemos la revelación completa de Dios en Cristo), sin embargo,
vivió una vida de fidelidad que debería hacer sonrojar nuestro rostro. Lo que
conocía de Dios fue suficiente para entender que Dios era digno de su
confianza, y que vivir por él y para él, era la mejor inversión que podía hacer
de su vida. De manera que vemos a Enoc yendo contra la corriente del mundo,
creyéndole a Dios, buscándole y viviendo para Él; y eso agradó tanto a Dios,
que se lo llevó. ¿No es precioso?
¿Qué tanto conoces de Dios y cómo vives a la luz de ese conocimiento? En
contraste con Enoc, veo dos extremos a los que, como cristianos, tendemos en
nuestra realidad actual: en el primero, creyentes con mucho conocimiento
bíblico que aman los lugares públicos donde puedan ser admirados y aplaudidos
por sus conocimientos. Saben mucho, pero llevan vidas con poco o ningún fervor
espiritual. El conocimiento que tienen no ha bajado de la mente al corazón. Saben
acerca de Dios y de las doctrinas, pero se encuentran lejos de experimentar una
relación íntima con Dios. La sola palabra ‘experiencia’, les hace fruncir el
ceño y los pone a la defensiva. En el otro extremo, creyentes apáticos con poco
o ningún deseo de crecer en el conocimiento de Dios, y que viven en función de
una continua búsqueda de experiencias sensoriales. Pero también hay muchos que,
independientemente del grado de conocimiento que tienen, al igual que Enoc,
viven fieles a Dios a la luz del conocimiento que poseen.
Para Enoc, la intimidad con Dios significó vivir en fidelidad y obediencia
a Dios a la luz de la revelación que tenía. Significó caminar con Dios, y se
rehusó a conformarse a los esquemas del mundo que operaban en su época.
Lecciones que podemos aprender de Enoc:
El estado moral de este mundo ha llegado a un grado de degradación
extremo. Las fuerzas poderosas de este mundo caído tratarán de arrastrarte para
alejarte del Señor y moldear tu esquema mental para que abraces sus filosofías
vanas. Como cristiano tendrás que nadar contra corriente. Si lo haces en tus
fuerzas serás arrastrado. Rinde tu viva a Dios, llénate del Espíritu Santo, prosigue
a la meta, sumérgete en la intimidad con Dios y fortalécete en el Señor.
Toma ejemplo de Enoc; determina para tu vida vivir acorde a la palabra
de Dios, refugiado en su presencia, bajo sus alas. Allí estarás seguro de todos
los embates del mundo. Recuerda que, aunque estamos en el mundo, no
somos de este mundo. Nuestra ciudadanía está en los cielos. Aquí, al igual que
Enoc, estamos de paso, como peregrinos, esperando el retorno glorioso de
nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, que un día vendrá por nosotros como lo
prometió, y nos llevará a nuestro hogar.
Intimidad con Dios: lo que significó en la vida de Moisés.
“Y hablaba el Señor con Moisés cara a cara, como quien habla con un
amigo” (Éxodo 33:11 NVI).
Pocas personas en la biblia han tenido semejante cercanía con Dios, como
la que tuvo Moisés. La amistad que Dios tenía con Moisés fue el resultado de un
largo proceso en el que Dios tomó la vida de Moisés, la puso en el torno, y
poco a poco, cual alfarero, le dio la forma deseada. El proceso fue largo y
doloroso, pero valió la pena. Moisés pasó sus primeros cuarenta años
disfrutando los privilegios de ser hijo adoptivo de la hija de faraón. Tenía
todo lo que una persona puede desear en la vida. Sin embargo, un día Moisés
renunció al disfrute de los efímeros placeres del pecado, y escogió ser
maltratado con el pueblo de Dios (Hebreos 11:24-26). En la segunda mitad de su
vida, Dios lo llevó a tierras desérticas. Allí trabajó como pastor cuarenta
años. Mientras Moisés trabajaba en el pastoreo, Dios trabajaba en el carácter
de Moisés. Cuando estuvo listo, tuvo su primer encuentro con Dios en el monte
Horeb, donde el ángel del Señor se le apareció entre las llamas de una zarza
ardiente que no se consumía; y lo comisiona para ser el libertador del pueblo
de Dios que se hallaba cautivo en Egipto (Éxodo 3:1-22).
El segundo encuentro de Moisés con Dios se da cuando el Señor descendió
a la cumbre del monte Sinaí y desde allí le llamó para que subiera (Éxodo
19:20). Moisés sube la montaña del Sinaí para recibir las tablas del pacto.
Allí estuvo en la presencia de Dios, cuarenta días y cuarenta noches, sin comer
ni beber, sólo sustentado por la presencia de Dios (Deuteronomio 9:9).
Como resultado del acercamiento íntimo que Moisés tenía con el Señor, su
anhelo de Dios aumentó, y ese anhelo lo llevó a hacer una petición que parecía
atrevida: “Déjame ver tu gloria” (Éxodo 33:18). A Dios le agrada la
petición de Moisés; y para protegerlo de su inefable gloria, lo esconde en la
hendidura de una roca, lo cubre con su mano y se revela a Moisés de una manera
grandiosa:
“… y le dio a conocer su propio nombre. Mientras pasaba delante
de Moisés, Dios dijo en voz alta: «¡Soy el Dios de Israel! ¡YO SOY es el
nombre con que me di a conocer! Soy un Dios tierno y bondadoso. No me enojo
fácilmente, y mi amor por mi pueblo es muy grande. Mi amor es siempre el mismo,
y siempre estoy dispuesto a perdonar a quienes hacen lo malo. Pero también sé
castigar al culpable, y a sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos» (Éxodo
34:5-7 TLA)”.
Para Moisés, la intimidad con Dios significó despreciar las riquezas de
Egipto, escogiendo sufrir como iba a sufrir Cristo, porque sabía que Dios le
daría su premio (Hebreos 11: 25 TLA); significó encontrar propósito en la vida,
respondiendo y cumpliendo el llamado de Dios; significó que para él, nada en la
vida podía eclipsar el privilegio de ser expuesto a la gloria de Dios. Siglos
después, vemos a ese Moisés que, junto a Elías, acompañan al Hijo de Dios en el
monte de la transfiguración, contemplando la mayor expresión de la gloria de
Dios en Jesucristo.
Lecciones que podemos aprender de Moisés:
La vida de Moisés no fue nada fácil; como la tuya probablemente tampoco
lo es. Muchos de los que leen estas líneas, quizás puedan sentir frustración porque
perciben sus vidas como estancadas en un bache espiritual, ya que no encuentran
sentido ni propósito a sus vidas. Quizás haya quienes tenían grandes
expectativas, soñando con una vida de servicio productivo para Dios, y, sin
embargo, la realidad de sus vidas parece ir en otra dirección. Esos baches,
para muchos, pueden ser: la rutina agobiante de un trabajo rutinario que les
drena su tiempo y energía; la carga dolorosa de una relación rota que los sume
en la desesperanza; una salud resquebrajada que los lleva a cuestionar la
bondad de Dios; una lista interminable de responsabilidades y quehaceres
domésticos que no parecen tener relación, ritmo, ni armonía con el servicio a
Dios.
Si te sientes así, no cometas el error de rendirte. Espera en Dios. Él
trabaja, al igual que lo hizo con Moisés, en la cotidianidad de las
circunstancias de tu vida, aunque no te parezca que es así. Permanece en
intimidad con Dios mientras él usa cada uno de los momentos de tu vida para desarrollar
tu carácter y prepararte para que hagas las obras que preparó de antemano para
que andes en ellas. Dios es poderoso para entretejer toda circunstancia
de tu vida para que encaje dentro del gran propósito que él tiene contigo.
Quizás tu llamado no sea tan espectacular como el de Moisés. Pero recuerda
que no se trata del tamaño de la tarea, sino de la fidelidad con que hagamos lo
que el Señor nos ordene hacer para su completa gloria.
Si Cristo ocupa el lugar central de tu vida; si él es tu meta, tu
propósito, la razón de ser de lo que eres y haces, significa entonces que todas
las cosas de esta vida y de este mundo, estarán justamente subordinadas a Él.
Intimidad con Dios: lo que significó en la vida de María.
“… María se sentó junto a Jesús para escuchar atentamente lo que él
decía. Marta, en cambio, estaba ocupada en preparar la comida y en los
quehaceres de la casa. Por eso, se acercó a Jesús y le dijo:
—Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola, haciendo todo
el trabajo de la casa? Dile que me ayude. Pero Jesús le contestó: —Marta,
Marta, ¿por qué te preocupas por tantas cosas? Hay algo más importante. María
lo ha elegido, y nadie se lo va a quitar”. (Lucas 10:39-42 TLA)
En este conocido y citado relato bíblico, Jesús revela una verdad
fundamental: “…hay algo más importante.” (v.42). No significa que lo que
Martha hacía no era importante, sino que, en el orden de prioridades de una
vida centrada en Dios, siempre ha de estar primero la intimidad con Dios. Sin
caer en el extremo de una mera vida contemplativa, como veremos en el próximo
escrito, la actitud de María define bien los componentes de una relación de
intimidad con Dios: acercamiento y disposición.
Acercamiento. “María se sentó junto a Jesús…” (v.39b). Esta es una escena
reveladora; sugiere que la prioridad en la vida es tener un acercamiento
consciente, planeado, y continuo a la presencia del Señor. Todos los asuntos de
nuestra vida deben estar subordinados a la búsqueda del rostro de Dios. No hay
nada en la vida que justifique lo contrario.
Disposición. “…María se sentó junto a Jesús para escuchar atentamente lo
que él decía…”. Además de cultivar un acercamiento íntimo con Dios, es
necesaria una disposición del corazón, para dar a la Palabra de Dios revelada
en Cristo, el lugar que merece. No puede haber intimidad con Dios, si estamos
distanciados de la Palabra de Dios, y si no le damos el lugar central que debe
tener.
Para María, la intimidad con Dios significó: que no hay nada más
importante en la vida, que dedicar tiempo para estar en la presencia del Señor,
y que mientras se deleita en su presencia, su corazón, al igual que los
discípulos de Emaús, arde cuando Cristo le expone y explica Su palabra.
Lecciones que podemos aprender de María:
La decisión más sabia que podemos hacer en la vida es rendirnos al señorío
de Cristo. Que nuestra intimidad con él sea lo más importante. Cuidarla como un
tesoro preciado. Anhelarla. ¿Acaso hay algo en la vida más importante? ¡Por supuesto
que no!
Cuando Jesús llegó al templo, encontró mucha actividad. Pero era una actividad
comercial, no espiritual. Al Señor no le impresiona una agenda apretada. No es
la cantidad de cosas que hacemos. Al fin de cuentas, no es lo que hacemos lo
que determina lo que somos. Lo importante es el lugar que ocupa Cristo en
nuestra vida. Lo que somos en él determinará lo que hacemos. Ese es el orden correcto.
Intimidad con Dios: lo que significó en la vida del discípulo amado.
“Uno de ellos, el discípulo a quien Jesús amaba, estaba reclinado
sobre él” (Juan 13:23 NVI).
Esta escena se da cuando Jesús anuncia la traición de Judas. Los
comentaristas bíblicos no se ponen de acuerdo en quién era este discípulo
amado. Unos dicen que Juan, otros que Lázaro, otros que Juan Marcos o Matías,
etc., etc.
Sea quien fuere, hay dos cosas para resaltar: Jesús amaba a ese
discípulo; y ese discípulo tenía una cercanía tan íntima con Jesús, que tenía
la confianza de reclinarse sobre él. Varias preguntas surgen aquí. ¿Jesús ama
más a unos que a otros? ¿Tiene el Señor favoritos? Por la complejidad de esta
pregunta y de su respectiva respuesta, trataré de explicarlo citando una frase
de Charles Spurgeon: “El mismo sol que endurece el barro, es el mismo sol
que derrite la cera”. Quiere decir que el sol brilla con la misma
intensidad para todos. La reacción a la exposición del sol difiere entre
algunos elementos y otros. De igual manera, el amor de Dios está totalmente
dado en Cristo, y disponible para los que abren su corazón para recibirlo y
darlo. De manera que cada uno disfruta del amor de Dios, en el grado en que ha
abierto su corazón para recibirlo, y en la disposición que tiene para corresponder
al Señor y darlo a otros.
Para el discípulo amado, la intimidad con Dios significó un profundo
amor por el Señor, que le dio la seguridad y la valentía de acercarse a él con
confianza, sabiendo que no sería rechazado. Y al hacerlo, fue acogido en los amorosos
brazos de Cristo, quien le brindó ilimitado amor.
Lecciones que podemos aprender del discípulo amado.
La posición del discípulo amado no está reservada sólo a unos pocos. Tú
y yo también podemos tener esa cercanía con el Señor. Él está deseoso de
hacerte partícipe de la plenitud de su amor. Quizás hay barreras mentales o
espirituales que te privan de la bendición de disfrutarlo. Pide al Señor
que derribe toda muralla que te impida ser consciente del amor de Dios. Puedes
acercarte tanto como estés dispuesto, y cuando lo hagas, experimentarás su abrazo
cálido y tierno que te dará la certeza de que eres perdonado, aceptado y
amado.
Sin embargo, esa
posición no se logra con esfuerzos humanos. Es el resultado de una vida rendida
a Dios, cuyo propósito principal es el de ser conformado a la imagen de Jesucristo.
Eso no se consigue con simples declaraciones, o con encuentros ocasionales. Se
necesita buscar el rostro de Dios de una manera intencional.
Intimidad con Dios: lo que significó en la vida del Señor Jesucristo.
No podía faltar el Señor Jesucristo, el cuadro perfecto de la intimidad
con Dios.
Por su condición de unigénito Hijo de Dios, nadie en esta tierra ha
tenido mayor intimidad con Dios que la que Cristo tuvo con el Padre. Jesús es
el único que puede decir: “El Padre y yo somos uno” (Juan 10 30). La intimidad
de Cristo con el Padre se reflejó en todos los aspectos de su vida humana. En
su vida de oración lo vemos levantándose temprano buscando al Padre. En
ocasiones, pasaba la noche entera orando a Dios. En su ministerio nunca hizo ni
dijo nada que el Padre no le mandara.
Mientras Jesús estuvo en esta tierra como hombre, nunca estuvo solo. A
pesar de que fue despreciado y rechazado por los hombres (Isaías 53: 3a); a
pesar de que muchos no creyeron en él, ni siquiera sus propios hermanos, siempre
contó con la compañía del Padre: “El que me envió está conmigo; no me ha
dejado solo…” (Juan 8:29 NVI). La clave de esa relación íntima con el Padre
fue la obediencia: “…porque siempre hago lo que le agrada”.
El único momento que Jesús experimentó soledad, fue en la cruz. El
profeta Isaías profetizó ese momento de soledad cuando dijo: “… golpeado
por Dios y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeliones y molido por
nuestras iniquidades. Sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz…
(Isaías 53:4b, 5b).
Más que el dolor físico, más que el hecho de morir, el mayor sufrimiento
de Cristo fue el momento en que se sintió desamparado por el Padre. Antes de
morir clamó a gran voz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
(Mateo 27:46 RV1960) Jesús experimentó el quebranto, para que nosotros
pudiésemos ser reconciliados con el Padre, y nunca más tengamos que estar
solos.
Para Cristo, la intimidad con Dios significó: colocar el propósito
redentor del Padre, por encima de la fragilidad humana que él mismo asumió por
amor a nosotros: «Padre, ¡cómo deseo que me libres de este sufrimiento!
Pero que no suceda lo que yo quiero, sino lo que tú quieres» (Lucas
22:42-44 TLA). Significó una total dependencia al Padre, y la guía absoluta del
Espíritu Santo en todos los aspectos de su vida y ministerio.
Intimidad con Dios: ¿qué significa para nosotros?
Entre portada y contraportada, son muchísimos los cuadros de la galería
de imágenes de la biblia que ilustran bellamente la intimidad con Dios. Sin
embargo, hay un cuadro con un elemento único que le da a nuestro tema una
belleza inigualable. Se trata de la intimidad con Dios que Cristo ha hecho
posible para la iglesia. Es tal la belleza de ese cuadro, que los ángeles
mismos hubieran querido ver (1 Pedro 1:1-12). Enoc, Abraham, Moisés, Samuel,
David, Isaías, y muchos otros héroes de la antigüedad, si bien disfrutaron de
cierto grado de intimidad con Dios, era limitada en muchos aspectos. En primer
lugar, sólo tenían una revelación parcial de Dios. En segundo lugar, el
Espíritu Santo, que aún no había descendido, estaba con ellos,
pero no en ellos. El obrar del Espíritu era temporal, mientras
Dios operaba de alguna manera especial para atender una situación particular.
Cristo quitó esas limitaciones e hizo algo glorioso; vino a habitar en
cada creyente por medio del Espíritu Santo, convirtiéndonos en un templo donde
él pueda morar. “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el
lugar santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él
nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sumo
sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos (a Dios) con corazón
sincero…” (Hebreos 10:19-22)
Consideraciones finales:
La intimidad con Dios no es algo que uno hace, es el resultado natural y
visible de lo que somos en Cristo. Lo que es la salud a un cuerpo sano,
es la intimidad con Dios a quien conoce, ama, adora, obedece, y sirve a Dios.
La intimidad con Dios no es algo que se logra de la noche a la mañana requiere
una deliberada intención para cultivarla.
La intimidad con Dios nos permite estar conscientes de los inagotables
recursos que Dios nos otorga en Cristo; de nuestra identidad y posición en él,
y de nuestra relación con él.
La intimidad con Dios nos expone al poder de Dios. Nos permite
comprender que en Cristo somos más que vencedores.
En la intimidad con Dios, la tentación pierde su poder: “permanezcan
despiertos y oren para que no caigan en tentación…” (Mateo 14:28)
La intimidad con Dios es el mayor refugio donde podemos derramar el corazón a Dios, recibir su consuelo y renovar nuestras fuerzas.
Consejos para cultivar una vida de intimidad con Dios:
Ordena tus prioridades. Haz del Señor el centro de tu vida.
Que tu comunión con él sea lo más importante en cada día. Que el conocimiento
íntimo de Cristo sea tu meta.
Planea tu vida de oración. No esperes hasta tener deseos de
hacerlo. Ora siempre sin desmayar. Evita las oraciones mecánicas, utilitarias y
las palabrerías. Pídele al Señor que el Espíritu Santo te guíe para que puedas
derramar tu corazón ante Dios con honestidad; que él sondee tu ser y revele tus
motivaciones. Que cada día entres en el secreto de Dios y tengas un encuentro
cara a cara con el Señor, para que reflejes como un espejo la gloria de Dios
por la acción del Espíritu Santo.
Lee y estudia, la Palabra de Dios diariamente. Despójate de tus
prejuicios, exponte a la luz de la Palabra, y conviértete en un hacedor de
ella. Pídele al Espíritu Santo que unte aceite en tu paladar, para que
recuperes el gusto por la Palabra si lo has perdido. Medita en ella hasta que
se encienda tu corazón y puedas decir como el salmista: “¡Cuánto amo yo tu ley!
Todo el día medito en ella” (Salmo 119:97)
Medita en el carácter de Dios. Sumérgete en la contemplación de los
atributos de Dios. Que todo velo sea quitado y puedas ver cada una de las
perfecciones de Dios en su dimensión insondable e infinita, al punto, que el
peso abrumador de su grandeza te lleve al asombro.
Disponte a obedecer. Haz de la obediencia y fidelidad tu conducta
normal. Como decía Charles Stanley: “obedece a Dios y deja en sus manos las
consecuencias”.
El Señor te llama a tener intimidad con él. ¡Acércate a É! Fuera de Él y
de su dulce comunión, no hay nada en esta vida que pueda siquiera acercase un
poco a sustituir la bienaventuranza de tener comunión e intimidad con Dios.
Que Dios te bendiga y se revele a tu vida. Nos encontramos en el próximo
capítulo.
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