La Vida en Perspectiva

 

¿Cuál es tu perspectiva de la vida? 

 Recientemente me ocurrió algo extraño e inesperado. Mientras caminaba por la calle se me acerca una señora desorientada que buscaba una institución médica donde sería atendida. Yo no conocía el lugar que ella buscaba, así que se me ocurrió la genial idea de buscar en la aplicación Google Maps, y ¡voilà! el sitio se reflejaba en la pantalla de mi celular a poca distancia. Le expliqué el recorrido que debía hacer para llegar a su destino, según las indicaciones del mapa. La señora, muy agradecida, me dio las gracias y se marchó por donde le indiqué. Me fui feliz por lo recursivo que fui y satisfecho de haber hecho mi buena obra del día.

Más tarde, cuando meditaba en el suceso, un pensamiento súbito vino a mi mente: ¿Seguro que viste el mapa en el sentido correcto? ¡Qué susto!; la sola posibilidad me produjo una sensación de pánico. Volví a consultar el Google Maps y confirmé lo que temía: había hecho una lectura equivocada del mapa. ¿Se puede imaginar cómo me sentí en ese momento? ¡Me sentí impotente y culpable! Pensaba en la pobre señora, confundida y en peor situación que antes. Creí haber hecho un bien y le causé un mal a alguien.

¿Pero cómo pude haberme equivocado de una manera tan tonta?  Me equivoqué, porque al consultar el mapa lo miré con la perspectiva de la dirección que yo llevaba, cuando debí ubicarme en la perspectiva del mapa, que era en sentido contrario al mío. Pasé el resto del día con una sensación de tristeza e imaginando cómo sería si esa señora hubiese sido mi madre…

Para aliviar un poco mi malestar, decidí aprovechar el incidente para reflexionar y compartir algunas lecciones espirituales. Por ejemplo, cuando miramos el complejo mapa de la vida con todas sus implicaciones, ¿Desde qué perspectiva lo miramos? Es decir cuál es nuestro lugar de observación y cómo percibimos el panorama de la vida. ¿Qué criterios tenemos para interpretarlo? Es decir, cuáles serán los elementos con los que construiremos nuestra visión de la vida; y una vez que tengamos una perspectiva definida, ¿Cuál es esa piedra angular sobre la cual escogeremos edificar nuestra vida?

Conscientes de ello o no, todos tenemos una perspectiva de la vida. Esa perspectiva será finalmente el gran determinante de nuestras decisiones, de nuestras prioridades, de lo que somos y hacemos. Será como la brújula que nos señalará continuamente la dirección en que nuestra perspectiva de vida ha de llevarnos. Esa perspectiva será el aglutinante que nos mantendrá adheridos al propósito supremo que hemos abrazado. Será el molde que le dé forma y color al producto final de nuestra vida.

¿Qué pasaría si nos equivocamos? ¿Cómo puedo tener seguridad de que la perspectiva de vida que he construido me va a llevar a puerto seguro? Nuestra perspectiva de la vida no se desarrolla en un momento único; no surge de la noche a la mañana. Es el resultado de nuestras experiencias, nuestras tradiciones, nuestro entorno, de lo que leemos, de las personas que ejercen influencia en nuestra educación y formación, etc.

Si pudiésemos tabular las diferentes perspectivas que el ser humano tiene de la vida, serian tantas y tan variadas como personas hay. Sin embargo, hay dos perspectivas que, a mi juicio, las incluyen  a todas: La humanista (dentro de la cual se deriva principalmente la perspectiva apática y la pesimista) y la cristiana. Aclaro que este escrito no tiene la finalidad de exponer y enseñar filosofías, pero debido a que la perspectiva de vida de muchas personas está influenciada por filosofías modernas y posmodernas, en algún momento haré algunas breves menciones de algunas de sus ideas.

Perspectiva humanista

Para no entrar en detalles filosóficos que no vienen al caso, trataré de expresarlo de una manera simple en el contexto que nos ocupa. El humanismo pretende quitar a Dios y la fe, por considerarlos innecesarios, y colocar la razón como idea absoluta y determinante del progreso. El hombre como centro de todo, se convierte en juez y regidor de sí mismo; y desde esta perspectiva, observa e interpreta la vida según los criterios que le dicte la razón.

Se cree que el humanismo, como movimiento filosófico, surgió entre el siglo XIV y XV. A mi parecer, en esa época quizá le dieron un marco filosófico a una realidad que ha existido desde los inicios de la historia humana. ¿Acaso no fue eso lo que hicieron nuestros primeros padres, cuando despreciaron las razones de Dios para establecer las suyas propias? ¿Acaso no fue la rebelión en el jardín la cuna del humanismo, cuando decidieron que no precisaban a Dios para definir lo que es bueno y malo?  ¿Acaso no ha sido esa misma postura la que ha caracterizado a la humanidad desde ese entonces? ¿Acaso no ha sido esa perspectiva humanista sin Dios, la que ha arrastrado sociedades enteras, generación tras generación, a vivir en un antropocentrismo, que a la postre ha derivado en una competencia violenta de los unos contra los otros, donde cada uno busca ser el centro de todas las cosas sin importar el daño que se causen los unos a los otros?  

Cuando una sociedad se construye sobre las arenas movedizas del humanismo, y desde esa postura levanta su puño contra el cielo y vocifera: “Mi vida es mía, y yo la vivo y hago con ella como me venga en gana”, está destinada a recoger las consecuencias de su necedad. La historia humana es un triste y horrible retrato de lo que es tratar de sacar a Dios de la ecuación de la vida que Él creó.

Perspectiva apática

A fin de captar todo el significado contenido en el vocablo apatía, consideremos algunos de sus sinónimos: impasibilidad, indiferencia, dejadez, desidia, desinterés, desánimo, desgana. Así que cuando se describe a una persona con una perspectiva de vida apática, todos estos significados están presentes. De alguna manera esta actitud hacia la vida tiene alguna relación con el estoicismo, el cual define la apatía como un estado del espíritu caracterizado por la indiferencia emocional, ya sea alegría, placer o dolor. Sin embargo, creo que está mayormente ligada al agnosticismo apático, ya que dirige esa indiferencia hacía Dios y su existencia. De manera que el agnóstico apático, mira hacia el cielo, despreocupado de si hay o no alguien allá arriba que de sentido y significado a la existencia humana. Si no lo hay, no pasa nada; y si lo hay, ¿a quién le importa? Es esta actitud indiferente de restar importancia a la realidad de Dios, que hace que esta postura sea nociva para la vida. Pero ¿En serio no importa? ¿No importa si hay un Dios a quien le debemos la existencia? ¿No importa si tenemos que hacer una rendición de cuentas ante él? ¿No importa si le importamos a ese Dios? ¿No importa si él nos ama y se interesa por sus criaturas? Si realmente eso no importa, ¿Qué puede importar en esta vida? y si nada importa, el pesimismo está a la vuelta de la esquina.

Perspectiva pesimista 

David Benatar, filósofo sudafricano contemporáneo, escribió un libro cuyo título en español se traduce: “Mejor nunca haber sido: el daño de venir a la existencia”. No he leído el libro. Creo que no es necesario porque el sólo título resume magistralmente la filosofía antinatalista del autor. Sin embargo, leí algunos comentarios de entrevistas, de los que tomé un extracto del periodista Enrique Zamorana que me parece, abarca la filosofía pesimista del autor:

“…cuyo título ya lo dice todo ('Mejor nunca haber existido'), ahondaba en una triste y ceniza conclusión: La mayoría de las personas nos auto engañamos pensando que nuestra vida tiene un sentido o es buena, pero en realidad es de mala calidad, puesto que sufrimos miserablemente, y ninguno de los placeres o bondades que nos puedan surgir vienen a paliar los profundos dolores a los que nos tenemos que enfrentar y que nos acecharán en el futuro”[1].

También tomé una cita del libro, citada por Mercedes González García y que dice:

Nadie es lo suficientemente afortunado para no haber nacido, pero, todos somos suficientemente desgraciados para haber nacido- y es mala suerte” (Benatar, 2006 p.7)[2]

Toda esta perspectiva de vida está claramente ligada al nihilismo, corriente filosófica que defiende que ningún valor ni principio tiene validez. No existe un ser supremo y por lo tanto la vida no tiene sentido[3]. El rey Salomón, a lo largo de todo el libro de Eclesiastés, expresa ese sin sentido de la vida de la siguiente manera:

“Toda mi sabiduría la dediqué a tratar de entender lo que se hace en este mundo. ¡Esta es la tarea que Dios nos dejó, y es una tarea muy pesada! Pude darme cuenta de que no tiene sentido nada de lo que se hace en este mundo; ¡todo es como querer atrapar el viento!” (Eclesiastés 1:13-14 TLA)

Entre las voces del pesimismo y del sin sentido de la vida, escuchamos la de Edna Vincent[4]: “No es verdad que la vida sea una condenada cosa tras otra, es la misma cosa una y otra vez”. El escritor y poeta Henry David Thoreau[5], en una de sus célebres frases retrata perfectamente esa realidad: “La gran mayoría de las personas llevan vidas de callada desesperación”.

En declaraciones menos poéticas, millones de personas en el mundo manifiestan de diversas maneras una perspectiva pesimista y desesperanzadora de la vida. No voy a tratar de tapar el sol con las manos negando la realidad de este mundo convulsionado. La realidad que hay allá afuera es horrible; vivimos en un mundo de sufrimiento, enfermedad y muerte; un mundo en tinieblas que se degrada más cada día.

Tampoco quiero minimizar la realidad de aquellos que experimentan en sí mismos o en sus cercanos, la violencia, el abuso, la traición, la injusticia; o de aquellos que han recibido un diagnóstico de enfermedad incurable; o de tantos otros que han visto las espaldas de una sociedad abstraída en sí misma que no tiene el tiempo ni la compasión para mirar al desvalido. Enfocar la mirada en este mundo egoísta, indiferente y malvado, ha hecho que muchos caigan presa del pesimismo, sumando sus voces a las de aquellos que gritan: «¡Paren el mundo, que me quiero bajar!»[6]. Tristemente muchos se bajaron, y otros tanto lo planean hacer.

Pero ¿Estamos simplemente arrojados ahí? Como decía Martín Heidegger[7]; ¿Estamos arrojados en este mundo en el cual nada es seguro excepto la muerte? No lo creo. No creo que la vida es una desgracia, y no creo que no haya esperanza. A pesar de que este mundo va de mal en peor, y que como dice la Escritura “está bajo el maligno”, aun así, la vida tiene valor, sentido y propósito. El problema es que nos detuvimos a ver la basura del mundo, y nos olvidamos de ver por qué este mundo es como es y qué hizo Dios para rescatarnos de nuestras miserias.   

La humanidad ha llamado “hombres de mentes brillantes”, “grandes pensadores”, a los que desde siglos han venido elaborando extrañas y complicadas filosofías acerca de Dios, de la vida, del hombre, etc.; en pos de esos pensadores, marchan las masas que siguen embelesadas esas filosofías que consideran fascinantes. En ese contexto, el apóstol Pablo escribió:

 “A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos y se les oscureció su insensato corazón. Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron necios…” (Romanos 1:21-22 NVI)

¿Qué le pasó a este mundo? ¿Por qué estamos como estamos, y somos como somos?

Los enfoques distorsionados de la vida son el resultado de una humanidad que ha dado la espalda a Dios.  En el Edén Dios le entregó al ser humano todas las bendiciones, responsabilidades y límites para que tuvieran una vida plena y dichosa. No obstante, a Adán y a Eva les pareció interesante la perspectiva que les insinuó Satanás. En un acto de rebelión optaron por determinar por sí mismos el bien y el mal. Rechazaron las directrices de Dios para una vida plena y feliz, y se fueron tras sus propios caminos. En su opinión, les pareció un camino provechoso, pero como dice el proverbio: “Hay un camino que al hombre le parece recto, pero acaba por ser camino de muerte” (Proverbios 14:12 NVI)

Desde entonces hemos heredado la tendencia de vivir la vida como nos parece. Como consecuencia de ello, hemos sembrado este mundo de dolor y miseria, vagamos por la vida derrochándola en tonterías, en placeres momentáneos, dando vueltas en círculos sin ninguna dirección. Un día nuestra vida llegará a su fin y daremos cuenta a Dios de ella. ¿Qué pasará si sólo hasta ese momento nos percatamos que vivimos con una lectura equivocada del mapa? ¡Qué gran pérdida! Una sola vida para vivir, y nos equivocamos viviendo para amontonar cosas, para erigirnos un nombre, o para cargar nuestros corazones de glotonería, embriaguez, y de los afanes de la vida. Jesús dijo: “De nada sirve que una persona gane todo lo que quiera en el mundo, si al fin de cuentas pierde su vida” (Marcos 8:36 TLA)

Perspectiva cristiana

Jamás encontraremos propósito y significado en la vida fuera de Dios. Jesús dijo: “…Separados de mí, nada podéis hacer” (Juan 15:5). No tenemos por qué ir a tientas en la vida viviendo de acuerdo con criterios equivocados y con el entendimiento oscurecido. El Señor nos invita a que le entreguemos el timón de nuestra vida. A que la redireccionemos hacía él, y que cambiemos nuestra perspectiva horizontal, por una perspectiva vertical; es decir, ver la vida desde arriba, como la ve Dios. Al hacerlo, descubriremos que Dios no es ajeno a la realidad de nuestro mundo. Jesús sabe todo lo que es la experiencia humana excepto en el pecado. Cuando la humanidad se rebeló contra él, no la abandonó a su suerte; antes bien:

“Aunque Cristo siempre fue igual a Dios, no insistió en esa igualdad. Al contrario, renunció a esa igualdad, y se hizo igual a nosotros, haciéndose esclavo de todos. Como hombre, se humilló a sí mismo y obedeció a Dios hasta la muerte: ¡murió clavado en una cruz!” (Filipenses 2:6-8 TLA)

Por supuesto que Dios sabe lo que es el escarnio, el sufrimiento, el dolor, la traición, la humillación y la muerte. Él vino en la persona de su Hijo para rescatarnos. El costo de nuestro rescate fue muy alto. Costó la vida y la sangre de Cristo derramada para nuestra redención, justificación, reconciliación, santificación, y salvación.

Cuando Jesús estuvo en la tierra, vio las multitudes  y sintió compasión de ellas, porque las vio cansadas y abatidas, como ovejas que no tienen pastor (Mateo 9:36). Y extendió una invitación abierta que no ha perdido vigencia: “vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados; yo les daré descanso” (Mateo 11:28 NVI)

Fueron el amor y la compasión de Dios los que le movieron a enviar a Jesucristo a tomar nuestro lugar para reconciliarnos con él. Ahora tenemos la oportunidad de desistir de percibir y vivir la vida desde una postura humanista, indiferente, y desesperanzadora, y aceptar la perspectiva de Dios, en la que nos invita a reconciliarnos con él. Abramos nuestro corazón para creer que Jesucristo es el Hijo de Dios, a recibirle como el Señor de nuestra vida, y a vivir una vida fructífera para la gloria de Dios, y de acuerdo con los principios y fundamentos del mapa, que es la Palabra de Dios.

Por último, te dejo este pensamiento: Dios es lo suficientemente sabio para saber gobernar y guiar nuestra vida, lo suficientemente poderoso para poder hacerlo, y nos ama lo suficiente como para querer hacerlo[8].



[1] https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2022-03-08/teorias-de-los-filosofos-mas-pesimistas_3385970/

[2] https://filosofiaenlared.com/2022/02/la-filosofia-antinatalista-de-david-benatar/

[4] Edna St. Vincent Millay (1892-1950) poeta, dramaturga

[5] Henry David Thoreau (1817-1862), escritor, poeta, filósofo estadunidense

[6] Expresión anónima que se había atribuido a Mafalda, pero desmentida por Quino

[7] Filosofo alemán (1889-1976) influenciado por Nietzsche, Immanuel Kant, entre otros

[8] Leí esta expresión en alguna parte, pero no dispongo de la fuente 


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